martes, 12 de abril de 2016

El silencio

Lo único que tenía claro Eloy sobre el relato que estaba a punto de empezar era el título. Lo hacía a menudo, eso del título; se le ocurría y entonces ya no se dejaba margen para hacer otra cosa que no fuera escribirle el relato al título que se le acababa de ocurrir.
La verdad es que ese fenómeno de la fácil disposición hacia la "titularidad" era algo que llevaba a gala Eloy Miranda Santillana, y no sin motivos. Los títulos, -no sólo de relatos, sino de novelas, de obras de teatro, e incluso de poesías-, le eran, por así decirlo, consustanciales a su naturaleza.
Le anidaban en los pliegues más recónditos de su piel; le resbalaban fundidos con la saliva en el interior de su boca tremenda; le acompañaban en sus pasos, fueran estos a un baile de época o a la cita de un dentista.
Pero esta vez parecía ser distinto. El título le bailoteaba en la mente pero sus dedos permanecían agarrotados frente al teclado del ordenador, como un acongojado pelotón de fusilamiento antes del disparo.
Durante toda la tarde, ni una sola palabra salió de sus manos. La noche fue lo mismo.
Era la primera vez que le pasaba.
Y entonces, ya de madrugada, se tuvo que conformar con que, para "El silencio", la únicas palabras posibles no existían.


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