martes, 18 de octubre de 2016

Livia, el persianista, el bulldog y la caída



Juan Carlos me insiste en que les hable de la forma en que conocí a Livia. Lo haría, pero acabo de recordar que debo dar de comer a Google, así que lo dejaré para luego, si no les importa. Google es el melancólico Bulldog que vive conmigo, un lento y bajo animal que bien pudiera ser la encarnación sobre la tierra de la resignación o de la somnolencia; él, junto con la cama desnivelada que es prácticamente todo mi dormitorio y dos posters de Warhol a colorines, —que tiré a la basura nada más encontrármelos sobre la cama—, conformaron todo cuanto ella me dejó como legado, una vez se hubo largado con Toni, el apuesto persianista.

Toni, el hombre…

El perro saliva su desvaído alimento y me interroga con la mirada en una expresión que bien pudiera significar “¿necesitas algo, muchacho?” o “¿eres tú todo lo que tengo, es a ti a quien debo encomendar mi destino?”. Recojo ambas preguntas dando por hecho que, en realidad, no están formuladas sino hacia mí mismo, y, por tanto, cumplidamente, las ignoro, y me dirijo arriba, a satisfacer el deseo de mi amigo.
Juan Carlos es un buen tío. Es, en esencia, el clásico buen tío, si hay un estereotipo para eso, que no lo tengo claro. No me pararé mucho en ello, pero, he de decirles que, para empezar, se trata del caballero que, cierto día de principios de marzo de 1984 me salvó la vida. El cómo fue aquello no viene a cuento ahora.

Lo de Livia…

Era la hora punta de la mañana, en el subsuelo de Madrid, y hacía calor, de eso es de lo que más me acuerdo. El metro entraba a la estación de Sol como un fatigado maratoniano, balbuceando. El peso de los cinco coches parecía ser demasiado para él. Yo me acerqué al límite del andén, buscando, como siempre hacía, la coincidencia de que la puerta se quedase justamente donde me encontraba. Al abrirse, la mujer que salió en primer lugar cayó de bruces, contra el suelo, justo a mi lado. No era una anciana, pero hacía ya hacía ya mucho tiempo que había dejado de ser una niña.  Una caída así sólo podía haberla causado un terremoto interior. Un infarto, un aneurisma u otra cualquier calamidad acabada en “isma” …

Me encontraba solo, en aquella parte del andén. La mujer parecía convulsionarse. Me arrodillé ante ella y le di la vuelta. Unos ojos sin pupilas no son un espectáculo edificante. Como si me hubieran tirado aquel viejo libro sobre primeros auxilios a la cabeza, recordé en un instante cómo era eso del apretón en el pecho con la base de la mano. Y hacerla moverse contra el cuerpo en apuros como una pala cortante. Flas flas. Lo hice sin saber si correspondía a su dolencia, tan sólo por no quedarme mirando su expresión heladora. 
Entonces fue cuando me cogió del brazo.



lunes, 17 de octubre de 2016

Estimado señor


Estimado Sr. D. Damián:
Imagino que después de mi aparición el domingo en misa mayor, habrá llegado a sus oídos que la hija de los marqueses ha regresado del exterior. Con esa certeza, le escribo esta carta con objeto de proponerle un negocio que, debido a la delicadeza de su naturaleza, es imposible tratarlo en público. Ni la Sala de Fumadores del Casino ni la reunión de las Damas Notables son el lugar apropiado para hacerlo. Demasiados oídos gitanos atentos a las transacciones de dos buenos cristianos. Con la confianza de que escuchará mejor lo que tengo que decirle si lo expongo por este medio, paso pues a referírselo sin más demora.
Usted mejor que nadie sabe que la fábrica de conservas que mi abuelo, al que Dios tenga en la Gloria, fundó en el año mil ochocientos setenta y siete, hace muchos años que permanece cerrada a la espera de que alguien se haga cargo de ella. Yo, como única heredera de la fortuna de los Landaida, debía ser la persona encargada de hacerlo, pero, por suerte o por desgracia, la larga y agónica enfermedad a la que se ha visto postrado mi esposo durante los últimos cinco años me ha impedido regresar antes de Inglaterra para atender las obligaciones con mi familia.
Libre ya del deber marital, me propongo iniciar una nueva etapa como empresaria de Enlatados Landaida. No tengo que exponerle a usted la situación tan penosa en la que se encuentra la empresa. Mi padre, en su afán por sacar adelante el legado familiar, invirtió en ella todo lo que poseía. En vano fue, puesto que todo se perdió a pesar de sus esfuerzos. Sin embargo, la factoría sigue en pie, y la maquinaria dentro. Con el dinero que obtuve de la venta de mi palacete de Cambridge, tengo apalabrados quinientos ejemplares de bonito de las capturas de la próxima campaña. Solo hay una cosa que me falta conseguir y son los operarios. Para esto es para que lo que acudo a usted: le pido fervientemente que me provea de veinte mujeres de las que trabajan en sus naves. Nada tengo que ofrecerle sino a mí misma. Mis mejillas arden al escribir estas palabras, pero solo pueden ser dichas con la crudeza que merecen: yo soy la moneda de cambio.
Espero que estudie mi solicitud y mi oferta con la seriedad con las que están hechas. Le ruego guarde la máxima prudencia sobre el contenido de esta carta; ni usted ni yo merecemos ser el asunto principal de las conversaciones del próximo domingo a los pies de la escalinata del templo.
Con toda mi gratitud a su discreción, se despide atentamente,

Olga María Landaida, vda. de Bruckling




Estimada Srta. Olga:
Permítame indicarle que no he podido atender su petición a pesar de que usted me lo exponía en su misiva tan educadamente.
Como usted bien conoce, no acostumbro a frecuentar los dominios del padre Anselmo ya que mis ideas políticas y opiniones religiosas así me lo demandan. Sin embargo, la sacristía parroquial no dispone aún de teléfono, ese nuevo invento tan en boga en estos últimos tiempos, y no me ha quedado más remedio que acudir a la iglesia. El cura la tuvo presente a usted en los más de ciento cincuenta santos y señas que debió de hacer en el tiempo que tardé en exponerle la situación. Me temo que este domingo su nombre y el mío estarán en boca de todos los ciudadanos de la villa, puesto que constan ya clavados en la puerta.
Sin más dilación me despido no sin antes rogarle que en adelante, y para cualquier correspondencia sobre su particular o sobre Conservas Landaida, utilice el nuevo nombre de Olga María Landaida, sra. de Damián Márquez
Su nuevo futuro esposo:


Damián Márquez Angulo

martes, 4 de octubre de 2016

Una fosa poco profunda

— Tercero exterior izquierda.
— ¿Hay ascensor? —preguntó Oso.
— No —contestó Nina.
— Mierda.
Cuando la pareja entró en el piso, el Gitano estaba dando paseos por el salón muy nervioso y algo magullado.
— No sé qué ha pasado — comenzó a decir cuando vio entrar a Nina—. Estábamos hablando y…
— Chst… silencio. Siéntate y nos lo cuentas todo. Pero despacio —le dijo Nina agarrándole de los brazos.
El Gitano se sentó en el sofá.
— Pues llego a casa y me encuentro a la Olga que está haciendo la maleta y la digo que donde va y me dice que se va y la digo que por qué y me dice que no me quiere. Y empezamos a discutir y me suelta que ha conocido a otro o… yo qué sé. Que me he vuelto loco y ha corrido al baño y… joder. La mierda. Joder.
— Vale —dice Oso— ¿entonces está en el baño?.
— Sí, ahí se ha  quedado.
— Entonces entra ahí, quita la cortina de la ducha y la envuelves con eso. Luego te vas a la habitación quitas la alfombra y lo envuelves todo con eso.
— ¿Y no pensáis ayudarme?
— Nina, asómate al baño —dijo Oso sin escuchar lo que tiene que decir el Gitano.
Nina obedeció inmediatamente, pero el Gitano se quedó como un pasmarote en mitad del salón sin saber qué hacer.
— Gitano, si quieres salir de esta, haz lo que yo digo. Sin peros ni quejas. Y hazlo inmediatamente.
El cuarto de baño estaba más o menos limpio en cuanto a sangre se refiere. Sólo una pequeña mancha donde Olga había golpeado la taza con la cabeza y que había sido la causa de su muerte.

Oso conducia despacio. Nina iba sentada a su lado. El Gitano en el asiento de atrás. Olga en el maletero. Estaba amaneciendo y podían ir con las luces apagadas. Se adentraron en un bosque por un camino forestal. Oso detuvo el coche donde le pareció más seguro. Hizo que el Gitano sacase el cadáver del maletero y lo cargase durante una marcha de un cuarto de hora. Nina llevaba dos palas y él un pico.
Dejaron que el Gitano cavase él solo una fosa poco profunda. Mientras tanto, Oso se puso un mono desechable.
— Gitano, para un momento. Ya sigo yo —dijo Oso cuando acabó de vestirse.
el Gitano dejó la pala en el suelo e intentó salir de la fosa, pero en ese momento Oso se le echó encima poniéndole una bolsa de plástico en la cabeza. Por un momento, Nina no supo qué hacer. Después se abalanzó sobre el Gitano para sujetarle las piernas. Unos minutos después, los cadáveres de el Gitano y de Olga estaban enterrados juntos.

— ¿Por qué, Oso?
— Teníamos que limpiar, y hemos limpiado.
— Pero no tuvimos que habernos cargarnos al mierda ese. Ha sido innecesario.
— Nina, yo te digo lo que es necesario o no.
Condujeron un rato más en silencio.
— ¿Cómo sabías lo de la cortina del baño?¿y lo de la alfombra de la habitación? —preguntó Nina.
Oso continuó conduciendo sin decir nada. Pararon en una cafetería de carretera. Se sentaron en una mesa apartada y pidieron café.
— Esto sólo lo voy a decir una vez —dijo Oso, casi masticando las palabras—. De todas las mujeres que ese mierda podría haber matado, ha matado a Olga.
— ¿Y qué pasa si su banda se entera de esto? estamos muertos. Tú y yo. Si se lo ha contado a alguien mientras nosotros íbamos de camino o algo así...
— Hemos limpiado todas las pruebas. Si por casualidad el Gitano se lo ha contado a alguien más, si hubiese otro testigo del que no sabemos nada, diremos que el Gitano está de vacaciones hasta que todo se enfríe ¿entendido? Yo, por mi parte, no he dejado nada que me vincule a lo que ha pasado esta noche. Nada excepto una cosa. Dime, Nina ¿crees que necesito limpiar esa cosa o que todo está bien?
— No, Oso, todo está bien. Voy a pedir un bocadillo de panceta ¿quieres otro?

DESPUES DE LA TORMENTA


El huracán Olga, al igual que muchas veces ocurre con una femme fatale sin escrúpulos, convirtió con su catastrófico paso de apenas veinte minutos aquel idílico lugar, —un islote repoblado por aventureros—, en una anegada Hiroshima en miniatura.
No parecía haber sobrevivido nada allí. Los ciegos y furibundos embates de las olas y un clamor lejano proveniente de encima de las nubes, —los guturales sonidos de terror de un indeterminado número de aves allí afincadas—, era todo el sonido reinante. El suelo se había convertido en una quebrada sucesión de ladrillos, planchas de metal y mosaicos caóticos de pequeños objetos y enseres multicolor. Algo más tierra adentro, el agua iba y venía, formando susurrantes regueros, plácidamente, por entre las zonas donde la tempestad ya lo había devastado todo.
Y, aun así, en lo alto de la desolada loma que dominaba el paisaje, —allí donde los montículos de escombros parecían competir por quién se erigía como la escultura más funesta—, una pequeña casa roja había conseguido mantenerse en pie.
Era un duende aquella construcción diminuta. Su mera presencia era un sueño.
Un interior de una casa en aquella isla violada significaba algo inabarcable.
Durante unos minutos tras el paso de la mortal dama, la puerta de la casa permaneció cerrada. Luego, esta fue abierta y una persona emergió desde ella hasta el exterior, hasta la realidad de una realidad destruida. Era un muchacho de unos veinte años. Tenía el aspecto de un gitano moderno, de un snob; portaba en su perfectamente redondeado rostro patillas hasta las comisuras de los labios; sostenía entre estos una ingrávida y dorada pipa.

Oteaba el horizonte. Un horizonte.

lunes, 3 de octubre de 2016

Bianca, Ruth, Olga

El hostal era ruidoso y con poco encanto. Además tenía que caminar durante veinte minutos si quería ver la playa. Aquello estaba algo lejos de ser las vacaciones que había planeado.


Una mañana, paseando por la carretera que iba paralela al mar, vi a un montón de gente con mochilas y neveras portátiles que esperaban algo en un parking. Me acerqué por curiosidad y un tipo que estaba sentado sobre el capó de un coche me dijo que aquello era la puerta de un camping que no aceptaba reservas pero cada mañana, a las doce en punto, daban de baja a la gente que se marchaba y la gente que estaba en la puerta podía entrar por estricto orden de llegada hasta volver a completar la ocupación. Si estabas muy atrás en la fila podías quedarte sin sitio. Desde donde estaba hablando con ese tipo podía ver el mar a unos cien metros. Me puse en la cola por probar suerte y la hubo a medias. Conseguí una parcela para una tienda de campaña. No les quedaban bungalows libres ni había tiendas en alquiler, pero una semana allí me costaba lo que dos días en el hostal, y estaba junto al mar, en una cala a la que sólo se podía acceder desde el propio camping.
Volví al pueblo, recogí mis cosas que del hostal, me despedí del dueño y me compré el único modelo de tienda de campaña que tenían en la única ferretería que conseguí encontrar. A media tarde ya estaba instalado.
En la tienda del camping me compré seis latas de cerveza y  fui a sentarme a un banco desde donde podía ver la puesta de sol. Estaba, además, muy cerca de mi zona de acampada. El cielo estaba naranja con enormes jirones de nubes grises. El mar reflejaba todos los colores y los añadía chispas blancas por el movimiento de las olas. En ese momento llegaron mis vecinas. Eran tres mujeres. Supongo que venían de la playa porque traían toallas al hombro y venían en bikini. Entraron en la tienda de al lado y no las volví a ver, aunque podía escuchar sus risas y sus gritos algo etílicos.
Ya había anochecido completamente cuando me bebí la sexta cerveza y me fui a dormir.


La luz del sol traspasaba la tela de la tienda de campaña. Hacía un calor húmedo e intenso. Una voz femenina metía prisa a alguien para ir a la playa. Abrí la cremallera de la tienda y vi a mis vecinas a la luz del sol por primera vez. Tenían alrededor de cuarenta años. Dos de ellas estaban en el exterior de la tienda esperando a la tercera. Una me saludó con un “hola” alegre. La otra parecía enfadada. La tercera salió diciendo un “pues no lo encuentro” algo decepcionado.
Las tres tenían el pelo rubio, quemado por la sal y el sol y la piel tostada, como gitanos de opereta.
La que estaba enfadada me miró.
—Perdona pero ¿no tendrás un mechero de sobra? —me dijo desde donde estaba.
—Es que en la tienda del camping no tienen —dijo una de las otras— y es por no ir hasta el pueblo.
—Te le compramos, no es que queramos echarle morro y tener un mechero grátis. O si nos le prestas, te le devolvemos esta noche —. insistió la enfadada.
No dije nada. Levanté la mano en señal de que esperasen un momento. Entré en mi tienda y salí un par de minutos después con un mechero en la mano. Caminé hacia donde estaban ellas y se le di a la enfadada, que comenzaba a calmarse. Después me giré sobre mis pies y comencé el camino de regreso.
— Oye, que no queremos tener tanta cara ¿qué quieres a cambio?
— Os le alquilo —dije—. Esta noche me lo devolveis con dos cigarros y listo.
Las tres levantaron el pulgar a la vez como si lo tuvieran ensayado.


A mediodía cogí un libro y una toalla y bajé al mar. La cala a la que se tenía acceso desde el camping era un trozo de playa pequeña, con arena húmeda y algo rocosa. No había mucha gente. Me acerqué al borde del mar y extendí mi toalla. Estuve leyendo un rato antes de darme cuenta de que mis vecinas estaban a unos veinte metros de mi. Al menos una de ellas, la que me había saludado por la mañana. Solo llevaba puesta la parte de abajo del bikini. Dormitaba debajo de una sombrilla. Las otras dos salían del mar en ese momento. Estaban completamente desnudas. La que había estado enfadada tenía el vello del pubis rubio y con las gotas de agua al sol daba destellos algo dorados como si se le hubiese enredado pequeñas pepitas de oro. La otra lo llevaba completamente rasurado. Se quedaron de pie junto a su amiga, secándose al sol. La que era completamente rubia me vio y me saludó agitando un brazo en alto mientras se cubría los ojos con el otro brazo. Les devolví el saludo y continué leyendo.


Leer fue lo único que hice el resto de la tarde. No me acordé de comer y tampoco me di cuenta de cuando se marcharon.
Cuando comenzó a caer el sol volví a la tienda, cené algo y me senté a ver el atardecer. Las tres llegaron poco después acompañadas de tres hombres. Los seis formaban un grupo que parecía alegre. En cuanto la rubia me vio se acercó a mi. Me devolvió mi mechero. En la mano también traía un paquete de tabaco de liar.
— Oye, muchas gracias —me dijo—. Coge tabaco y papel. No tenemos cigarros.
— No te preocupes. La verdad es que no fumo y no sé liarme un cigarro.
— ¿Entonces? —me dijo sorprendida.
— Era por ponerle un precio. Ya sabes, para que no os sintierais unas gorronas aceptando cosas gratis de un desconocido. La idea fue tuya. Dijiste que querías pagarme.
Sonrió con esa media sonrisa que pone la gente cuando quiere decir “menudo cabrón” o “menudo gilipollas”. Luego se sentó a mi lado y comenzó a liar dos cigarros. Se los puso en la boca a la vez y los encendió. Me dio uno. Comencé a fumar.
— ¿Cómo te llamas? —me preguntó.
— Mis amigos me llaman Charlie.
— ¿Tus amigos te llaman Charlie o te llamas Charlie?
— Me llamo Carlos —contesté— ¿y vosotras?
— Yo me llamo Bianca —dijo quitándose una hebra de tabaco de la lengua—, la del pelo corto es Olga y la otra es Ruth. Y como no soy tu amiga no te voy a llamar Charlie porque me parece horrible ¿que tal “Chuck”?.
— Bianca. Con ese nombre puedes llamarme lo que te dé la gana.
— Encantada, Chuck.
Estuvimos fumando. Me contó que los tres tipos se les habían acercado en el chiringuito donde habían estado comiendo. Los tres le parecían un poco gilipollas. Típicos treintañeros ligones de playa. Le invité a una cerveza y nos fumamos otro cigarro. Me contó que estaban allí pasando un mes y medio de vacaciones. Yo le dije que estaba allí celebrando mi divorcio haciendo algo que siempre había querido hacer: estar quince días junto al mar leyendo. Ella también estaba divorciada. Tenía dos hijos adolescentes.
Uno de los tipos y su amiga Ruth la llamaron a gritos. Ella contestó que iba enseguida. Pero abrimos otra lata de cerveza y seguimos fumando. Llevábamos una hora charlando. Me confesó que aquellos individuos eran un estereotipo de tíos divertidos, pero con personalidades poco interesantes y muy justos a la hora de follar. A sus amigas eso no les importaba, pero ella a sus cuarenta y dos años, ya no quería tirarse a más desconocidos sólo porque  la hacían reír un rato. O tíos con una pinta clara de follar bien o tíos con un cerebro que la mantuviese despierta hasta el amanecer sin aburrirse. Nada intermedio.
Pasaron las horas. Fuimos juntos a comprar más cerveza y una botella de esas de plástico de medio litro de whisky. Antes de que nos diésemos cuenta el cielo comenzaba a clarear. Comenzamos a oír los gemidos de sus amigas dentro de su tienda. Una de ellas era especialmente escandalosa.
— Esa es Olga —me dijo—, grita mucho porque dice que eso pone más a los tíos y rinden mejor.
— ¿Qué crees que habrá pasado con el tipo que era para ti?
— Puede que esté dentro, mirando. O puede que se haya ido. O puede que esté esperando a que acaben sus amigos. No sé. Me da igual. Yo he encontrado a uno mejor.
Nos besamos. Comenzamos a acariciarnos. Todo era muy tranquilo. Su piel brillaba por el sudor. Nos quitamos la poca ropa que llevábamos, sin prisa. Su pubis, iluminado por la luz tamizada del amanecer que atravesaba la tela de la tienda parecía menos rubio que el día anterior en la playa, pero tenía muchos más tonos de color. Me pareció el coño más bonito que había visto nunca.


Cuando acabamos el sol ya estaba alto. Nos quedamos dormidos agarrados de la mano porque hacía demasiado calor para abrazarnos. Despertamos sobre la una del mediodía. Se fue a buscar a sus amigas. Me prometió que nos veríamos por la noche.


Cumplió su promesa y volvimos a pasar la noche juntos y el día siguiente y la siguiente noche.
Me contó cosas sobre ella. Las tres eran profesoras en una universidad privada, así que podían disfrutar de mes y medio de vacaciones. Bianca dejaba a sus hijos dos semanas con sus abuelos y un mes con su padre. El resto del año el trabajo era demasiado absorvente. Muchas horas de trabajo de lunes a viernes y a veces los fines de semana. Y además había que cumplir con la familia. Podría parecer una madre desapegada, pero en realidad aquella quincena con los abuelos era casi lo mejor del año para sus hijos. Ese mes y medio se lo concedían las tres amigas para el placer en su sentido más puro. Ruth se acababa de divorciar y Olga nunca había tenido una pareja estable. Hasta el momento de su divorcio, Bianca sólo había estado con tres hombres. Sin embargo después del divorcio no sabría decir cuantos habían sido. Algunos más importantes que otros. Sobre todo al principio sentía que cada hombre le dejaba una marca. Luego ese sentimiento fue desapareciendo.


El tiempo había pasado rápido. No conseguí acabar de leer ninguno de los libros que me había llevado. Por primera vez en años mi piel estaba morena y no tenía marcas de bañador. Eso era algo que no había pasado nunca. Bianca siempre que podía se desnudaba en la playa y yo acabé haciendo lo mismo. Los dos últimos días estaba tan acostumbrado que no sentía pudor ni delante de sus amigas.


— Así que te vas mañana —. me dijo la última noche. Estábamos desnudos dentro de mi tienda. Abrazados por que la temperatura era agradable.
— Sí, tengo que volver a trabajar.
— ¿No puedes quedarte ni un solo día más?
— Si pudiera… pero nos veremos en Madrid ¿no?
— ¿Para qué? —me dijo— ¿para empezar una relación?
— Bueno, no lo sé.
— ¿Lo ves? ni te lo has planteado. Tú estás recién divorciado y ahora vas a tener un montón de problemas. Y yo tengo a mis hijos, y tarde o temprano querrás comportarte como su padre.
— Pero tus hijos ya tienen un padre. Y tú lo que buscas es un amante. Y si ignoro a tus hijos…
— No te perdonaría que los ignoraras. Y entre la familia y el trabajo…
— Con suerte nos veríamos un fin de semana al mes —interrumpí.
— Eso es. Seríamos una pareja fabulosa. Chuck y Bianca. Suena a pareja de película de Tarantino. Pero mírame bien. Me sobran quince kilos. Tengo una cicatriz de cesárea y comienzo a tener canas.
— Y yo necesito que alguien me afeite la espalda.
— Y no me labo los dientes todas las noches.
— Y yo no me ducho los domingos. Pero me gustaría verte al menos ese fin de semana al mes que tendremos libres para poder invitarte a cerveza y que me lies cigarrillos.
— Bueno y para follar ¿no? —dijo riendo.
— Bueno, y para follar.
— Te llamaré. Deberías dormir. Mañana madrugas mucho.
Me dio un beso en la frente, cogió su ropa y salió de la tienda con ella en la mano.
— Carlos —,me dijo desde fuera— bueno, solo es una tontería, pero en realidad me llamo Blanca. Perdona si no te lo he dicho antes, pero creo que debes saberlo si nos vamos a ver más adelante.
— Encantado de conocerte. Nos vemos en cuanto vuelvas a Madrid —.dije, después escuché sus pasos alejándose.

De Bianca podría haber llegado a enamorarme pero a Blanca creo que nunca llegaré a conocerla del todo, por muchas noches de invierno que pasemos en su casa bebiendo cerveza y fumando mientras vemos cualquier cosa en la tele.

miércoles, 1 de junio de 2016

Relatos con las palabras CAMPO-SOÑAR-DESAFIANTE

JESÚS A SOLAS
Jesús tiene en la mirada esa expresión desafiante de los que han sufrido más de lo que un corazón infantil pudo soportar. A sus treinta años es ya como su marca personal: un aviso al mundo para que no se acerque demasiado.
El camarero que le acaba de servir la copa es un enemigo, al igual que el resto de la gente que le rodea. Todo el mundo, salvo ella. Coge el vaso y se sienta en la última mesa, donde la escasez de luz hace un poco más invisibles las miradas; las de los otros, pero sobre todo las suyas.
La música está muy alta, así que los latidos que ahora golpean su pecho como tambores de guerra parecen menos nítidos, aunque la impresión es la misma de siempre; como siempre cuando la ve bailando en la pista.
Ella no le conoce, ni lo hará nunca.
Ella ríe, como él nunca lo hará.
Si supiera quién es para el hombre que la observa dejaría de moverse y se acercaría, solemne y decidida, hasta su mesa. Y Jesús, como en otra vida, como en otra infancia, la invitaría a sentarse con él y hablarían; pasado un rato, por qué no, se irían juntos del local. A abrazar la noche.
Es un campo donde es fácil soñar, esa mesa desierta.

Esa copa vacía y a solas.

martes, 24 de mayo de 2016

LA VERJA


Se oye el sonido de la verja de entrada que se abre. Es Armando. Nadie como él la abre tanto, para evitar que se prolongue el desagradable chirrido que emite. Carmen y Yuri, como yo, la abrimos lo justo para entrar, y entonces el ruido no pasa de ser un gritito, algo así como el quejido seco de un animal asustado. Pero a él, al parecer, le pasa como al carretero de la canción, que le gusta que suene...
Hace tiempo que abandoné toda esperanza de que la arregle o cambie. Quizá bastaría con un poco de aceite. A la maldita verja le pasa lo mismo que a nuestro matrimonio: tal vez sirva con un poco de aceite.
Cualquier día se lo echo yo, pero luego a ver quién le oye…
Mi gigantón marido aparece en el umbral de la cocina con un conejo colgando de la mano. Sonríe como si fuera un cazador primerizo. Me dice que le ha dado otros tres a Edurne, para que los congele. Entra en la cocina y deja al animal sobre la encimera, para que me haga cargo. Luego dice que se va a duchar y desaparece.
El carboncillo negro de la cara del roedor emite señales de un apagado pánico. Pero es en realidad únicamente mi apagado pánico lo que veo dentro de ese pequeño ojo, y en cuanto me doy cuenta de ello trato de rescatar de esa expresión animal algún otro rastro más, como un instinto de supervivencia o un desesperado grito de ayuda…
No quiero saber nada del animal. Armando supone que esta noche lo tendrá sobre la mesa, pero no, esta noche lo que haré será bajar al garaje y buscar entre las herramientas.
Debe haber aceite por algún lugar, para arreglar de una vez esta maldita verja…




lunes, 23 de mayo de 2016

Lo mejor en la vida

Se oye el sonido de la verja de entrada que se abre. El hombre me dice «¿A qué estás esperando?» y sale. Yo alargo el momento del disfrute. Escucho sus pisadas sobre las hojas muertas, que crujen bajo las botas; una, dos, tres, cuatro veces. Al quinto paso pienso en el peligro de ser olvidado y echo a correr detrás de él.
El aire huele distinto afuera: más fresco, más vivo, más dulce. Hace calor. Me alegro de que el otoño no haya traspasado los muros del orfanato. Los rayos del sol se cuelan entre las ramas de los olmos.
No vuelvo la cabeza. No pienso decir adiós al lugar que ha desgastado los quince años de mi vida. Por encima del hombro, levanto el dedo corazón de la mano derecha y hago un gesto hacia atrás. «Eso es lo que pienso de ti, maldito sitio. Púdrete en el infierno, que yo voy de cabeza al cielo».
El cielo se llama Aldea Mayor y es el pueblo más grande de la comarca. Aunque llegamos al atardecer, el horizonte sigue azul cobalto. De vez en cuando, cuando puedo —no quiero entretenerme para no perder los pasos del hombre—, miro a lo alto y las veo titilar; brillan y se apagan como luciérnagas, como los fuegos artificiales esos que el Gordo contaba que había visto una vez en las ferias de Salamanca.
—Ese es tu cuarto —me dice el hombre.
El farol que sujeta en la mano alumbra una estancia llena de cajas de madera.
—¿Dónde duermo?
Él se encoge de hombros.
—Donde más rabia te dé. Nadie se va a quejar. Hoy no hay cena. Tendrás que sujetarte las tripas por esta noche. La señora Sánchez llega a las siete de la mañana, si quieres comer algo, pídeselo tú mismo.
La puerta se cierra y me quedo a oscuras. A tientas, me acerco hasta la primera de las cajas que he visto con la tapa abierta y vacía. Es mucho más cómoda de lo que imaginaba. Me cubro con la chaqueta y noto cómo mis párpados se cierran sin remedio.
—¡Chiquillo! —me despierta una voz. Oigo un golpe y la luz inunda la habitación—. Sal de ahí si quieres el desayuno.
Es una anciana de pelo blanco, pero chilla como una urraca.
Llego hasta la puerta y antes de salir miro a los que han velado mi sueño y que serán mis compañeros de fatigas a partir de entonces, tan serios, tan callados, tan blancos, tan… muertos.
No hay una sola nube; en la calle hace calor, lo intuyo; de la cocina llega un delicioso olor a tocino frito y decido que ser ayudante del enterrador es, definitivamente, lo mejor del mundo.

miércoles, 27 de abril de 2016

3 palabras: AMANECER - CREPÚSCULO - PROFANAR



LUDMILA
Si disponéis de un minuto, me gustaría contaros cómo conocí a Ludmila.
Fue hace un par de años, durante la celebración de las bodas de plata de mis padres. Ella era una antigua amiga de mi hermana, a quien apenas conocía, salvo por alguna referencia y un par de fotos. Compartíamos mesa en asientos contiguos, y, al terminar el banquete, (¡¡sobre las nueve de la noche¡¡), salimos juntos a los jardines del hotel, donde continuaría la fiesta.

Nos habíamos enamorado.

Las últimas luces del crepúsculo teñían de rojo oscuro las altas franjas de nubes, mientras la orquesta iniciaba sus primeros ensayos, y los operarios encargados de los castillos de fuegos artificiales ultimaban sus preparativos. La noche, a pesar de que el día no había resultado especialmente caluroso, era agradable, y cuando decidimos perdernos por el sendero que llevaba hacia la entrada del recinto, bordeado de setos convertidos en graciosas esculturas, ambos ya sabíamos que desde ese momento nada ni nadie podría separarnos.

Caminábamos despacio, dejándonos llevar por la fuerte impresión que nos habíamos causado. A mitad de camino, observamos con desagrado cómo la belleza de una estatua que representaba un Orfeo tañendo un laúd había sido profanada con una soez pintada.

Llegamos a la puerta, una descomunal y artística estructura de hierro, y junto a uno de los bancos que la flanqueaban nos sentamos, para contemplar el primer castillo de fuegos, que acababa de empezar. Las luces que llegaban desde los salones del hotel acentuaban la íntima sensación de unión que habíamos creado, y, alejados de todo y de todos, nos sumimos en una dulce quietud, que nos transportó, durante toda la noche, hasta un amanecer apacible, un mundo nuevo de ensoñación y calma.



domingo, 24 de abril de 2016

Redacción y Normas Prácticas.

¿Porque su Importancia?




Según la Real Academia de la Lengua Española, el estilo de redacción es la "Manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor u orador", eso quiere decir que, ademas del objetivo propio del texto, cada persona tiene un propio estilo que la define como redactor.
Al momento de escribir existen una gran diversidad de estilos, formas, y lenguajes. Cada tipo de redacción, simplemente, debe ir acorde lo que el escritor desea expresar. Actualmente, existen cinco grandes tipos de redacción para escoger y redactar lo que se desea comunicar. Ellos son la redacción académica, literaria, periodística, administrativa y técnica.

Estilos de Redacción.

1. Redacción académica
Es aquella cuyos textos se caracterizan por describir una información en forma sistemática y lógica. Es propia del ambiente científico y universitario.
Ejemplos frecuentes de redacciones académicas son las monografias, las tesis, entre otros.
Los temas que pueden tratar una redacción de este estilo es tan amplio como la variedad de las ciencias existentes.
Es decir, pueden escribirse trabajos académicos que caigan bajo el ámbito de la sociología, la psicología, trabajos que investiguen algún fenómeno o producto tecnológico, etc.
En este tipo de redacción es muy importante el uso de determinadas reglas de escritura. Un ejemplo sería cuando deseamos escribir una monografía sobre un tema específico.
En primer lugar, nos toca investigar sobre dicho tema y al momento de redactar debemos tener un cuenta la clásica estructura de introducción, desarrollo del contenido, la bibliofilia utilizada para la elaboración del trabajo y finalmente, la conclusión.
Todo ello con el objetivo de que la monografía refleje un trabajo de investigación con la información desarrollada en forma ordenada y coherente.

2. Redacción literaria
Es la que tiene por finalidad la expresión artística a través del lenguaje escrito. Una obra literaria, como por ejemplo, una poema, puede expresar un sinnúmero de sentimientos, emociones o ideas del escritor.
Ejemplos de textos literarios lo encontramos en ciertos tipos de ensayos, en los cuentos, en las novelas, poemas, etc.
También pertenecen a la redacción literaria los escritos de no ficción como las memorias, la autobiografía, entre otros.
La redacción literaria se caracteriza por dar el escritor una completa libertad al momento de escribir.
Dependerá del autor de una determinada obra literaria qué es lo que desea transmitir. Habrá ocasiones en que dicho escritor desee simplemente manifestar su pensamiento acerca de un tema determinado.
En ese caso, lo más probable es que quiera expresar sus ideas a través de un ensayo ya que se trata de un genero literario muy utilizado por los escritores para expresar sus ideas de una forma libre y personal.

3. Redacción periodística
Llamado también genero periodístico es la utilizada en los medios de comunicación escritos.
Los textos periodísticos se caracterizan fundamentalmente por relatar noticias o sucesos actuales o bien por manifestar una opinión tales hechos.
Ejemplos comunes de este tipo de redacción lo encontramos en las crónicas periodísticas, en los artículos puramente informativos de un periódico, en los artículos de opinión de un columnista, etc.
Cabe destacar que los textos periodísticos han cobrado hoy una gran importancia y difusión gracias a Internet. Esto ha posibilitado, entre otras cosas, el enriquecimiento de la redacción junto a su masiva difusión a través de las redes.
Gracias a las herramientas informáticas, el periodista hoy día tiene la posibilidad, por dar un ejemplo, de introducir enlaces útiles en su articulo.
Un caso común sería un articulo que informe acerca de un determinado evento artístico puede contener en un enlace a un vídeo de dicho evento.

4. Redacción formal o administrativa
Es aquella empleada en los documentos, notas de diversa índole, currículos, y otros escritos de uso frecuente en los lugares de trabajo y otros ámbitos similares.
Los escritos administrativos suelen poseer un formato de redacción determinado debido a su carácter formal. En ellos el redactor debe abstenerse de expresarse en un lenguaje personal.
El otro aspecto importante es la estructura. Si deseamos redactar, por ejemplo, un memorando, es importante conocer la forma y la ubicación correcta de los datos del destinatario, el saludo correspondiente, el lenguaje a utilizar en el documento, el tema del cual se hablará, etc.
Ejemplos de comunes de redacción administrativa son: el memorando, las circulares, una nota de agradecimiento, notas de renuncia, una carta de invitación, etc.

5. Redacción técnica
Hace referencia a los escritos propios de una determinada ciencia o disciplina.
Los textos de este tipo de redacción se caracterizan por poseer un lenguaje y una estructura de redacción exclusiva del ámbito científico al cual pertenecen.
En la mayoría de los casos, es difícil que una persona que no tiene un mínimo de experiencia o conocimiento alguno de la ciencia o ámbito a que pertenece el documento redacto con el lenguaje técnico, pueda llegar a comprender en forma integra lo escrito en dicho documento.
Por ejemplo, un escrito jurídico redactado por un juez o por un abogado estará redactado en un lenguaje relacionado al ámbito del derecho.
Es por ello que los textos redacción en este lenguaje técnico solo pueden ser comprendidos cabalmente por aquellas personas que tienen un conocimiento acerca de dichas disciplinas o ciencias.
Otros ejemplos de redacción técnica son: los informes de balances contables de una empresa, memorias administrativas, entre otros.


Normas practicas para una buena Redacción

1) No emplee vocablos rebuscados. Entre el vocablo de origen popular y el culto, prefiera siempre el más conocido. Evítese también el excesivo tecnicismo y aclárese el significado de las voces técnicas cuando no sean de uso común.

2) Cuidado con los barbarismos y solecismos. En cuanto al neologismo, conviene tener criterio abierto, amplio.

3) No olvide que el idioma español tiene preferencia por la voz activa.

4) No abuse de los incisos y paréntesis. Ajústelos y procure que no sean excesivos.

5) No abuse de las oraciones de relativo y procure no alejar al pronombre relativo que de su antecedente.

6) Evite las ideas y palabras superfluas. Tache todo lo que no esté relacionado con la idea fundamental de la frase o período.

7) Evite las repeticiones excesivas y malsonantes; pero tenga en cuenta que, a veces, es preferible la repetición al sinónimo rebuscado. Repetir es legítimo cuando se quiere fijar la atención sobre una idea y siempre que no suene mal al oído.

8) Si, para evitar la repetición, emplea sinónimos, procure que no sean muy raros. Ahorre al lector el trabajo de recurrir al Diccionario.

9) La construcción de la frase española no está sometida a reglas fijas. No obstante, conviene tener en cuenta el orden sintáctico (sujeto, verbo, complementos) y el orden lógico.

10) Como norma general, no envíe nunca el verbo al final de la frase (construcción alemana).

11) El orden lógico de la frase exige que las ideas se coloquen según el orden del pensamiento.

12) Destáquese siempre la idea principal.

13) Para la debida cohesión entre las oraciones, procure ligar la idea inicial de una frase a la idea final de la frase anterior.

14) La construcción armoniosa exige evitar las repeticiones malsonantes, la cacofonía (mal sonido), la monotonía (efecto de la pobreza de vocabulario) y las asonancias y consonancias.
[No convienen] ni la monótona sucesión de frases cortas ininterrumpidas (el abuso del punto y seguido), ni la vaguedad del período ampuloso. Conjúguense las frases cortas y largas según lo exija el sentido del párrafo.

15) Evítense las transiciones bruscas entre distintos párrafos. Procure fundir con habilidad para que no se noten dichas transiciones.

16) Procure mantener un nivel (su nivel). No se eleve demasiado para después no caer vertiginosamente.

17) Recuerde siempre que el estilo directo tiene más fuerza (es más gráfico) que el indirecto.

18) No se olvide que el lenguaje es un medio de comunicación y que las cualidades fundamentales del estilo son: la claridad, la concisión, la sencillez, la naturalidad y la originalidad.

19) La originalidad del estilo radica, de modo casi exclusivo, en la sinceridad.

20) No sea superficial, ni excesivamente lacónico, ni plebeyo, ni tremendista, vicios estos que se oponen a las virtudes antes enunciadas.

21) Huya de las frases hechas y lugares comunes (tópicos) y no olvide que la metáfora solo vale cuando añade fuerza expresiva y precisión a lo que escribe.

22) Huya de la sugestión sonora de las palabras. Cuando se permite el predominio de la sugestión musical empieza la decadencia del estilo (Middleton Murry). La cualidad esencial de lo bien escrito es la precisión.

viernes, 22 de abril de 2016

EL BANQUETE

                                    

Desde que me tocó el gordo del Euro millón, mi vida y la de los míos, cambio como de la noche al día; en seguidas, dejamos las estrecheces, un piso de 36 m2 de la calle Payaso Fofo en Vallecas para trasladarnos a una mansión de la Moraleja de 3600 m2 construidos en las dos plantas con un jardín de algunas hectáreas; fue tan cara la compra, que nos regalaron los muebles, el  mayordomo y el servicio doméstico que le acompañaba. Esto, hizo que mi mujer ya no tuviera que hacer las labores de casa, ni siquiera, lo que más le gustaba después de las comidas oyendo la radio: la “fregasa”  
Cuando cobraron el gran premio los del banco, les dije de no tocar el capital y vivir sólo de las rentas. Así que, todos los días uno, a las nueve de la mañana entraba el camión de los brindados en el jardín de la casa para dejar varias sacas repletas de billetes con los intereses del mes. En la soledad de la finca, como me aburría, como dicen lo hacen las ostras en el fondo del mar, me aficioné a la cocina con el famoso espacio “Las lágrimas de un chorizo detrás de un chef” donde se preparaban las mejores y más apetitosas recetas que llegaran a sustituir en el siglo XXI a las judías con chorizo, los callos con garbanzos o las lentejas con morcilla y panceta. Por eso, cuando me dijo mi hija que se casaba, me sorprendió bastante; no por ser moza vieja, sino, porque de joven nunca tuvo novio y ahora que era más fea que el guante de una viuda, los tenía a montones.
Cuando se decidió por uno de ellos, después de haber estado una larga temporada probándolos a todos, incluso, varias veces al día. ¡Tardó menos en preparar la boda, que yo en hacer las invitaciones! La ceremonia sería tipo americano en el jardín bajo un carpa de flores y guirnaldas, el banquete lo cocinaría yo, también me encargaría de todo demás, (invitados y pago facturas) dejando (para que no se me hicieran vagos y comodones antes de tiempo) a los novios encargados de buscar al sacerdote que los casara.
Di instrucciones a Bautista de que llevaríamos el Rolls Roice gris, porque desentonaría menos por los paisajes de cielos cubiertos y lluviosos que teníamos que atravesar, y nos fuimos directamente a la Cofradía de Pescadores de Aguinaga (España), donde reserve todas las angulas que entraran  durante un mes. Luego nos fuimos a Gena (Alemania)  a recoger en la fábrica Carl Zeiis, unas gafas de neurocirujano con potentes lentes y  linternas de luces sin sombras incorporadas; de vuelta, al pasar por Suiza, paramos en Ginebra en una farmacia de guardia que hacía esquina, donde compré una caja con un colirio de oídos (cuyo bote tiré cerrado al lago Leman para no dañar la fauna ni la flora) y guardé en el bolsillo derecho el cuentagotas de cristal con sombrero de goma.
Como todo llega en la vida, llegamos a Madrid y también llegó el día anterior a la boda. Empecé a preparar con tiempo para los 150 invitados el menú que había elegido: “angulas rellenas al horno”, las angulas no las lavé porque todos los cuerpos con el baño pierden peso, y eso ahora no convenía; me puse las gafas de neurocirujano, con mucha paciencia y un buen cuchillo de acero japonés Tesako, las abrí una a una en canal para sacarles las tripas e introducir el relleno de bigotes de gambas rojas de la bahía con esencia de brócoli y tintura de alcaparras a la miel que había preparado, esto me llevó 37 horas sin levantar la vista del plato, aunque la mayor parte de ese tiempo lo consumí en meterles las rodajas de limón en la boca, que fue lo más laborioso ¡Pero, a qué no está dispuesto un padre por su hija! Puestas las angulas en fila india formando batallones, (como los soldados de las guerras de las galaxias) sobre una fina base de salsa de ostras, las introduje en el horno industrial que trajeron los del catering. Para que no se quemaran, de diez en diez minutos lo abría y, con el cuenta gotas suizo, le regaba los lomo con vino de Ribeiro gran reserva cosecha de 1927 de 380 euros la botella. Del calor del horno y del relleno que llevaban las angulas se hincharon como pavos que, por su color gris y la  crujiente textura que tenían al masticarlas, la mayoría de los invitados pensaban que eran pipas, y las escupían con disimulo bajo la mesa. Yo, como buen cocinero, estaba atento a sus caras de asco y de los comentarios de mi magna obra que, como siempre, eran de lo más variados.
Mencionaré algunos para mejor entender la situación: “mi consuegra: A mí solo me pone tres, porque el pescado llena mucho y luego no duermo bien; mi consuegro que le dijo al camarero: llévese este tenedor de madera y me las sirve estas pijaditas en una fuente de gazpacho con cuchara sopera, también me trae unas cuantas banderillas picantes para acompañar, porque estos guisos tan fuertes, me cuesta entrarlos; el hijo del novio que ya tenía pelusilla en el bigote: yo no quiero chuches, prefiero una hamburguesa con kétchup y patatas ; mi hija: ¡donde se pongan un buen par de huevos!... (En que estaría pensando); su novio ya marido: ¡están de muerte estos mini espaguetis! me darás la dirección del chino que te ha servido la salsa agridulce (besándose las puntas de los dedos) es ¡Boccato di Cardinale!”.
¡Vaya un nuevo hijo que se ha incorporado en esta casa! Además de cobista, es gilipollas…
Menos mal que soy previsor y, teniendo presente el dicho,” qué sabrán los burros lo que es la menta” preparé 300 cruasanes a la plancha con mantequilla y mermelada de postre…      

Madrid, 18-04-2016